PABLO PEÑA ALMAGRO
 

 

 

CAPITULO I

—¡Siempre tenemos que llegar tarde!
—Estate tranquila mujer, cuando hablé con Diego, ya le dije que antes teníamos que dejar a la niña en casa de tu madre, y que lo mismo nos entreteníamos un poco; además, no es tan tarde.
—Un minuto después de la hora, ya es tarde y, además, que estoy harta de que siempre nos tenga que pasar lo mismo, que siempre tenemos que llegar tarde a todos los sitios.
—Venga, que no es para tanto.
—¿Cómo que no es para tanto? que siempre nos tiene que esperar todo el mundo. A ti parece que esto no te importe, pero bien que te cabreas cuando somos nosotros los que tenemos que esperar a alguien que llega tarde, aunque después resulte que tienen una buena razón para haberse retrasado.
—¡Bueno, ya vale! Es cierto que soy un desastre para eso de la puntualidad, pero eso ya lo saben Diego y Lourdes, así que no les va a pillar de sorpresa, además, ya estamos llegando a su casa y no es tan tarde, de manera que, vamos a relajarnos y vamos a intentar disfrutar de esta escapadilla de fin de semana, ¿vale?
—¡Mira!, Lourdes está asomada al balcón, ves como ya están impacientes.
—Bueno, que no pasa nada.
—Los hombres no entendéis nada, sois unos pachorros.
—Y las mujeres unas histéricas..., pues no ves como me está poniendo la cabeza por media hora de nada. Relájate y disfruta, que ya hemos llegado.

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